jueves, 20 de enero de 2011

Las bicicletas en la ciudad de Lima: Comprarlas usadas o nuevas en el mercado nacional

Más de una vez he visto por la calle una bicicleta, mientras aburrida en una de esas combis alocadas me transporto por la ciudad de Lima, pero las hay de muchos tipos, colores y usos. Por ejemplo, entre los diferentes tipos está el triciclo, que no es otra que un vehículo de tres ruedas, pues todavía tiene el mecanismo de cadena y las hay de varios usos, por ejemplo está el triciclo usado por los panaderos, el de los heladeros y el de los ambulantes en general en nuestra gran ciudad. Además, algunos han sido variados de tal manera, que ahora cuentan con motores que les ayudan a llegar más rápido a su destino, este es el caso por el ejemplo de los recicladores o los llamados ropavejeros que se ocupan de transportan a la zona de la avenida Grau y la avenida Aviación todos los desperdicios que salen de las zonas más favorecidas de Lima. Muchas veces los habrá observado ir a la altura del Hipódromo de Monterrico, cerca de Nicolás Ayllón o en las inmediaciones de la cachina donde dejan su preciada carga, pues vender fierros viejos reditúa algún dinero importante.

Otro tipo de bicicletas son las llamadas montañeras que son la favorita para andar dentro de un mismo distrito o para pasar tal vez de un distrito a otro, pero para usarlo durante mayores distancias la verdad deberá Usted ser una persona preparada físicamente para llevar a cabo esta proeza. Lo malo de la montañera es que resulta una bicicleta muy poco ligera y cuando es de procedencia china es casi como tirar el dinero a la basura, pues al mes las piezas se le caerán indefectiblemente y el oxido rodeará las piezas, la cadena se soltará a cada momento y tendrá Usted además que cambiar las cámaras de la misma muchas veces, pues su calidad es exigua.


De las varias bicicletas que he tenido en la niñez la que mayor satisfacciones me dio fue la Monark, que se mantenía siempre alineada, podía chocarla más de una vez, muy pocas veces se le cayó la cadenas y si el dueño cuidaba su máquina siempre estaría brillante. Además de esta recuerdo que alguna vez mi papá compró tres bicicletas antiguas de procedencia alemana, que eran de muy buena calidad y que después regalamos porque ya no cabíamos en las mismas, pero que todavía poseían esos prácticos dinamos que iluminaban de noche los faros traseros de las mismas. En la actualidad, si uno se acerca a la avenida Grau o a la avenida Emancipación no encontrará ningún faro de calidad, ni siquiera un reflector fuerte que pueda resistir los embates de los niños que suelen mil y una piruetas con la bicicleta.

Actualmente, en el mercado, la bicicleta Goliat es también una buena opción en cuanto a montañeras se refiere, pero si desea bicicletas de paseo, es mejor ir a la fábrica Monark, donde podrá encontrar muchos modelos a escoger y donde a partir de 370 soles aproximadamente podrá llevarse una modesta bicicleta, pero si la deseara con mayores accesorios y de mayor calidad tendrá que pagar un promedio de 500 soles, pero es mejor gastar esa cantidad, pues en tiendas, la más modesta le costará 450 soles, por lo que es mejor dirigirse a la fábrica. Ellos se la pueden mandar a su domicilio cobrándole un aproximado de 35 soles por el servicio, pero al encontrarse la fábrica casi cerca del aeropuerto será mejor pagar por el servicio, si usted no contara con auto para su transporte.

Cuando escoja cualquiera de las marcas sugeridas fíjese en escoger los ejes de las mismas (se ubican a la altura de los pedales) de metal, cuidado con las imitaciones de metal, pueden ser engañosos. Si no estuviera satisfecho o seguro de lo que desea comprar es mejor asesorarse con un amigo o comprar una usada, pues aunque parezca mentira es mejor que una de estas nuevas bicicletas. Si tiene suerte podrá encontrar una japonesa de carrera, una Hércules de paseo (como las que usa su jardinero), si esas son las que duran cien años. Además le enseñará a su hijo el valor de reciclar, trabajará con él, podrán hacer algo juntos y sentirá que él mismo tiene la capacidad de arreglar algún otro artefacto en su casa o ayudarlo a pintar las paredes o tareas similares que incentivarán la reciprocidad y la ayuda en casa, pues lo niños y jóvenes de hoy en día no quieren más que estar en Internet, jugar el Play Station o salir al cine con sus amigos y pintarse las uñas toda la mañana. Recuerde está en usted el que su hijo no sea igual que el resto de muchachos de hoy en día.

Preste mucha atención a los triciclos que recolectan los fierros viejos que hay en Lima, pues en ellos podrá usted encontrar más de una sorpresa. Cuando vaya de viaje al interior del país también es posible que encuentre alguna bicicleta vieja. El ómnibus en el que viene no le cobrará más por esta carga y podrá disfrutar de la novedad de tener una bicicleta realmente original. Estos triciclos cargados de bicicletas viejas no deben venderle el “fierro viejo” a más de 15 soles, no se dejé sorprender, pues para ellos sólo tiene valor de fierro y lo están cotizando al peso, por lo que podrá aprovecharse de él, sin que sospeche nada. Muchos de ellos son muy ladinos, muéstrese siempre desinteresado, disimule, haga como que ya se está yendo, pronto le rebajará el precio para tener algo de sencillo, sobre todo si es la hora del almuerzo. Lo cierto es que usted deberá ser muy astuto cuando negocia con estos recicladotes astutos, siempre deberá estar un paso adelante, pero no olvide que usted es peruano, y esto es sinónimo de sabérselas todas.

El siguiente tipo de bicicletas es el de carreras, ya no venden en nuestra época muchas de ellas, pero todavía existen entre aquellos fierros viejos algunas que pueden ser rescatadas, pero debe tomarse el trabajo de ir hasta la cachina donde podrá encontrar algunas, que inclusive han sido engrasadas por el vendedor y están listas ya para usar, las que casi siempre encontrará son de varones, pues es muy difícil, por no decir imposible encontrar una para mujer, pero no desista en su búsqueda, pues es más fácil de manejar, ya que el promedio de altura de un peruano no sobre pasa los 1.70 de altura, por lo que es mejor comprar una de mujer pues le será más idóneo manejar por la ciudad con una de éstas que con una de hombre. Abajo una bicicleta comprada por 10 nuevos soles y restaurada. Las llantas fueron cambiadas por las 700 por dar menor altura (justamente por el problema de la altura de me presentaba), pero las originales se encuentran a la espera de que mi hija o algún nieto pueda alcanzar la debida altura, pues aunque la bicicleta ya tiene más de treinta años, se conserva como los días en que andaba bajo el dominio de mi señor padre.


Bicicleta de carreras marca Best (japonesa)

Cuando repare estas bicicletas antiguas recuerda que no debe cambiar la mayor parte de las piezas, pues mientras mantenga todo la misma tendrá un mayor valor, mientras que si comienza a cambiar piezas antiguas por nuevas, se dará con la ingrata sorpresa que de los repuestos son de muy mala calidad, es mejor inclusive, que usted lije la pieza antigua y la vuelva a pintar (el descarrilador, por ejemplo), pues la shimano que venden en el mercado es de menor calidad, mientras que las piezas antiguas le durarán (aunque se vean un poco maltratadas muchos más años). En cambio los repuestos apenas le durarán en perfecto funcionamiento dos meses, luego comenzarán a hacer ruidos raros y a romperse por ser un material bastante débil. El sillón deberá ser cambiado solamente si el original está muy maltratado, existen muchos en el mercado, procure comprar el que tenga mayor amortiguación y el más suave si usara la bicicleta de carreras en largos viajes, caso contrario quédese con el antiguo. Debe tomar en cuenta cuando cambia una u otra pieza, nunca botar la original antigua, pues le servirá de muestra para encontrar otra similar antigua en el mercado de fierros viejos. Estando en la cachina si usted ve una pieza repetida que ya tiene en casa no dude en comprarla, pues no aparecerán luego repuestos similares, pues existe un gran número de clientes que al igual que usted estará siempre buscando aquella pieza valiosa y extraña de conseguir, por lo que no regatee mucho y pague su precio, pues los vendedores de la cachina no se caracterizan por el buen empleo de sus modales y se hará de mala fama con éste. Otro ya no querrán venderle lo que usted necesite. Así que no se haga problemas y pague lo que vale la pieza.

Cuando se trata del cuadro es mejor mantenerlo con la pintura original, pues lo stickers originales vienen encima de la pintura, por lo que se perderían debajo de la misma o se maltratarían al tratar de sacarlos, lo mejor es que limpie el cuadro y lo mantenga limpio con aceite para autos (de ese que le echa a su motor) y que lo mantenga brillante con el trapito viejo y un poco de petróleo.

En el mercado de la cachina podrá encontrar usted esas bicicletas antiguas que tenían los manubrios bien anchos y el asiento largo. Estas resultan una excelente máquina que se puede usar en el mercado, en el trabajo, si usted es albañil, electricista y su zona de trabajo se encuentra cerca. La mayoría de las que he visto en Lima, los dueños prefieren mantenerla viejitas para que nos les sean sustraídas. Eso es una buena opción, pues nunca falta alguien que codicie lo ajeno. Al comprar una de estas no pague más de veinte nuevos soles, es el precio promedio en la cachina, pero si la ve en un reciclador no pagué más de diez nuevos soles, pues es más alto el precio al llegar a la cachina, que lo que vale antes de llegar a ella. A continuación una foto de estas bicicletas antiguas.



Bicicleta que puede encontrar en la cachina, por supuesto con varios años de antigüedad.

Además de esta bicicleta antigua, que muchas veces viene todavía con el contrapedal, podemos encontrar en la cachina las de paseo antiguas, si encuentra una, debe comprarla de marca Mister, nunca de procedencia china, pues como no duran mucho, encontrará muchas con stickers falsificados que lo confundirán un poco, por lo que debe observar bien a la altura del timón si tiene el emblema en metal de la Mister antigua, que es muy fácil de reconocer pues es de altorrelieve. Y si tiene la suerte de encontrar una de esas que usan los jardineros (Hércules) llévela antes que llevar una Mister. Cuando es de procedencia alemana, francesa o japonesa no lo piense dos veces cómprela sin chistar, pues cuando se arrepienta y regrese no la encontrará, allí las bicicletas se venden en las dos primeras horas de la mañana de cualquier día domingo. No importa cuan antigua y oxidada se vea la máquina, procure imaginarla a futuro, pues de lo contrario no comprará nada.

Entre los diferentes usos que se le dan a estas bicicletas antiguas existen las que se utilizan para paseo, las que nos llevan al trabajo y las de deporte propiamente dicha como las de carreras, pero éstas siempre nos podrán llevar al trabajo, y también nos servirán para divertirnos, con los que cumple con todos los requisitos. Deberá tomar en cuenta que un niño no debe montar a la ligera estas bicicletas, pues no son como las otras de paseo, son un poco más difíciles de manejar, por la posición que se debe adoptar el manejarlas con mayor rapidez y por lo mismo puede causar un accidente si usted o su niño no son expertos en tráfico. No olvidar el casco de seguridad, pues podría salvarlo en caso de accidente y el precio no es tan caro, tomando en cuenta que salvará su vida o la de sus seres queridos.

Son muchos los usos de la bicicleta y el VTH, pero en nuestro país no se ha implementado el uso de triciclos que transporten gente en largas distancias, ni siquiera lo hay de forma local. El municipio de Lima debería tomar urgentes medidas al respecto, pues el calentamiento global no es cosa del futuro, es cuestión que debe ser resuelta ahora. Abajo podemos observar un vehículo usado en la India y que es mucha utilidad para el transporte de pasajeros en la ciudad de Nueva Delhi.


Triciclo usado como medio de transporte masivo en Nueva Delhi (para escolares)

Por supuesto existen vehículos de tracción humana más modernos en nuestros días, y con el ingenio peruano seríamos muy capaces de realizar la construcción de uno de ellos, pues los materiales se encuentran a nuestra disposición, no se necesita comprar fierros nuevos, solamente se necesita ir a la cachina y construir una especie de triciclo achatado o alguno que se acomode a nuestras necesidades. Si usted tuviera un presupuesto más elevado, podría comprar el triciclo que ya vende la marca Monark en su fábrica y que bordea los 700 soles, pero si no tiene debe gastar apenas 150, cuando se trate de piezas antiguas y logrará un vehículo bastante simpático. Su imaginación le hará colocar el estilo que usted desea a su nueva máquina de trabajo. Los VTH pueden ser hechos de muchos materiales, entre ellos el aluminio, la fibra de vidrio y el acero propiamente dicho, además existen diferentes tipos como los de carrera, los de trabajo, paseo, etc., lo mismo que en la bicicleta. Abajo algunas fotos de los llamados VTH (Vehículos de Tracción Humana).


Estas se llaman comúnmente las reclinadas urbanas. El revestimiento está hecho de lona, posee un maletero en la parte trasera, parabrisas para protegerse contra el viento y frenos gemelos de tambor.

Otros modelos de dos ruedas son hechos en aluminio por su costo económico y por la velocidad que alcanza. En nuestro país la posibilidad de hacerlo de aluminio, de fibra de vidrio es muy factible y no es tan caro, tomando en cuenta el bien que hará usted al medio ambiente. Además de la velocidad que supera a la velocidad de los autos en pleno transito. Más abajo foto del VTH Ecocar 2000, creado por el cirujano oftalmólogo Wim Van Wijnen. Pues no se necesita ser ingeniero para crear estas máquinas, sólo tener un poco de dinero y toda la voluntad del mundo.



Este diseño pertenece al diseñador Van Wijnen, quien prefirió el diseño de bicicleta por ser más rápida que el modelo de tres o cuatro ruedas. Hecho de una lámina de aluminio ribeteada.

Además de estos modelos existen los VTH de carreras o competición, como el Mark VI “Speedy” de Windcheetah SL, diseñado por Mike Burrows. Estos ya se venden en Europa, lamentablemente en nuestro país no hay mercado para estas alucinantes máquinas. Inclusive el modelo Mark III, se vende desmontado.

Si usted tiene más interés en estas máquinas puede visitar en Internet, donde encontrará más información al respecto. En este artículo solamente se da una aproximación al mundo del VTH, a los diferentes tipos de bicicletas que encontrará en la ciudad de Lima y a la determinación de la que escribe de que algún día el VTH y la bicicleta puedan ser parte de la realidad de la ciudad de Lima en los próximos años. Dejemos un legado a nuestros niños. En las siguientes líneas pueden observar el Mark IV “Speedy” de Windcheetah.



Modelo Mark IV de carreras de Windcheetah

Combi a la limeña

Primer día

A las 6:00 de la mañana es la única hora en que puedo salir de mi casa sin ir parada, pienso. Con el tráfico atorado en la avenida Primavera nunca llegaría a la Universidad aunque me lo propusiera. Sentada en la banca, observo a la poca gente que a esa hora silenciosa circula por la calle. Los parques vacíos, el serenazgo amortizando la noche, meditabundo y somnoliento mira a los transeúntes. Subir a la combi es más cuestión de fuerza que de maña, antes cuando estaba embarazada me cedían el asiento, pero ahora ni las ancianas, ni las embarazadas tenemos privilegios. Por fin, sentada en mi asiento (que no pienso ceder a nadie), aprieto fuerte la mochila, mirando a todos los presentes, no vaya a haber uno de esos que siempre toma lo que no le pertenece. Infierno, me dice mi mente. Otra vez el mismo calor y la gente con las ventanas cerradas, ¿no sienten calor como yo?, los niños transpiran, las madres los abrigan más y más y ellos sin poder protestar ponen cara de puchero o echan a llorar sin parar. Una señora acomodada atrás se deleita con mandarinas, las pepitas las escupe por la ventana, luego arrojará las cáscaras. Recuerdo la sierra tempranera y me pregunto si allá en los Andes también despepitarán arrojando desperdicios en medio de las calles. ¡Ah!, pero qué ven mis ojos, un tipo de esos que no faltan se le salen los ojos desorbitados cuando una señora da el pecho a su bebito, ¡Vaya!, la verdad a estas alturas nada me llama la atención, aunque la indignación no desaparece del todo. Volteo la cara a la ventanilla del auto, prefiero ver los eucaliptos de Evitamiento, los cerros de Puente nuevo, las casas pintadas de muchos colores y los avisos políticos en el arenal. Llego a mi paradero, ahora a correr, a esta hora la gente de San Juan de Lurigancho corre como si fuera el último día del planeta, y hay que tener mucho cuidado de no atravesarse en su camino. Finalmente, logro atravesar el pandemonio de gente y el grifo, allí me espera una amiga para llevarme a la Universidad. Me imagino al resto de la gente sudorosa en el micro, apretada. No todos tienen mi suerte.

Segundo día

Mi casa tiene un gran jardín, y por eso, se me antoja (como todas las mujeres), ir a comprar plantas de vez en cuando al Rímac, donde podré encontrar lo que deseo a buen precio, pero para ello requeriré de mucho ímpetu y fuerza, pues traer tres o cuatro plantas en una combi es un verdadero suplicio para la gente y para mí. Decido ir con mi hija, que aunque muchacha tiene los pies más pesados que una anciana, igual a regañadientes tendrá que acompañarme. Ya estoy pensando en las cucardas que compraré, en los crotones que plantaré. Temprano en la mañana del día fijado salimos calladamente, pero la estrepitosa voz de mi hija despierta hasta los pájaros de sus nidos. El mercado del Rímac está abierto desde las 5:00 de la mañana, quizás un poco antes, pero nunca he ido más temprano que eso. Apretamos el paso por el parque, vemos a los chiscos en los postes, arremolinados jugando, siempre desconfiados, así es mejor, pues los humanos solemos ser muy traicioneros, y parece ser que ellos captaron nuestra naturaleza hace mucho tiempo. De nuevo sentadas en la combi, me tengo que dedicar a la peor tarea, tener que cuidar a mi hija de los mirones, que nunca faltan, pues además la muchachita suele usar short o algo más corto con tal de sentirse cómoda. Algunos universitarios ya van leyendo sus copias a esa hora, me parece que por Evitamiento solamente deben ir al Puente nuevo, donde los espera el bus que los lleva a La Cantuta. Concentrada como voy en la combi apenas me doy cuenta de la velocidad que lleva el infeliz del chofer, pero mi hija me lo hace notar, pero ya pagamos, otra vez atrapadas, pienso de nuevo en cucardas de colores, y no quiero gastar un centavo más en pasaje. Acelera de manera que parece uno de esos jugadores de jockey, que golpea a los otros por meter el dichoso gol. Me pregunto a dónde irá tan de prisa. Como siempre la gente sin protestar, todos parecen inmovilizados, otros parecen disfrutar de la velocidad, yo me trato de concentrar en las ventanas laterales, porque ver al frente sería totalmente desatinado. Más de una vez le han cerrado el paso otra de esas combis asesinas, y claro, el chofer picón quiere pasarla de nuevo y así sentir supongo su hombría un poco más inflada. ¿Cuál hombría? Si tuviera alguna conduciría como persona, pero esa palabra entre esa gente está totalmente olvidada. ¿Si mueren sus hijos lo llorarían en casa? Pero, ¿qué huelo? ¿Ah? Fijo los ojos en el chofer, lo he entendido todo, miro luego a mi hija, pienso faltan sólo algunas cuadras…¡Qué más da! ¡¡¡Baja!!! El ejercicio le hará bien a mis piernas, las cucardas pueden esperar media hora más, de regreso mejor venir en los buses chinos.

Tercer día

Me he quedado muy tarde en la casa de una amiga, pero la verdad me gusta dormir en mi cama, así que me despido cordialmente, camino al paradero, subo sin fijarme, distraída, pago y me siento. Veo que la gente está algo fastidiada, pero en ese instante no me percato el porqué. Sentada, cansada, aburrida, mi letargo crece sobremanera. El bus de la OM-17 avanza como si fuera tortuga. Gritan desde atrás para que avance. El chofer les dice que se bajen que a él le da lo mismo, inaudito. Claro, éste, ya cobró el pasaje, y cómo además es grande, histérico, todos se resignan a soportarlo, mientras de a pocos van bajando en sus paraderos. No es la primera vez que me pasa esto, siempre hacen lo que quieren, pero nunca hay un solo peruano capaz de bajarlo a patadas del bus y traer a un policía, para que nos devuelva el pasaje. ¿Para qué me habré quedado hasta tan tarde? Decido concentrarme en mi libro de Herodoto, aprovechando la velocidad del micro, siempre hay que aprovechar el tiempo. Más adelante, bajo en el paradero con todos. Ahora a tomar otro, pero como ya me cansé de combis decido subirme en los Grandes, esos al menos si se chocan debería tener uno más posibilidades de salvarse. Subo la escalera empinada del Puente nuevo. Justo hay una estacionada esperando gente, pero está bien llena, ni modo, pues quiero llegar temprano para tomar un buen baño. Agarrada a la baranda se van sentando los hombres primero, la verdad eso ya no es curioso, los muchachos de ahora se hacen los dormidos mientras viajan en el bus, los cuarentones se hacen de la vista gorda y los viejos te observan a las señoras con cierto recelo. Agarrada, colgada del travesaño, mi cuerpo se tambalea, queriendo buscar punto de apoyo, pero no lo encuentra, parezco convertirme en cometa, con los pies volando, debo bajar de peso, antes podía manejarme mejor en los buses, pero ahora mi peso parece querer lanzarme hacia la ventana de conductor. Esa sensación de vuelo, la verdad la detesto, pues sufro de aerofobia, y la velocidad es algo que no me causa la menor gracia. Igualmente, tengo que salir todos los días en el bus para ir al mercado, para la universidad, para visitar a los amigos, así que resignada como el resto, parecemos cometas chinas en los pasillos del bus, cuando frena en cada paradero. Unos muchachos afros han subido al micro, nos traen música de rap, que yo encuentro muy divertida. Debe ser efecto de haber vivido de Estados Unidos, en un barrio de gente negra, donde al atardecer bailaban, peleaban, gritaban, rapeaban. En ese momento me transporté a ese lugar, a mi barrio antiguo, ruidoso, lleno de pesadillas y sueños, poblado de gente trabajadora. Llego a Prosegur, mi paradero, al fin doy el último respiro, al fin en casa, pero de nuevo me atacan ligeramente mis miedos. Sí, debo cruzar el puente peatonal y eso tampoco me gusta, ¡las alturas nunca me han gustado! Pero igual avanzo, he cruzado varios puentes peatonales en mi vida, y cruzaré más. Alguna vez subida en él, para superar mis miedos, aproveché que no había gente, y venía un trailer, de esos grandes y abrí los brazos, mientras pasaba a toda velocidad, sentir el miedo en las venas, te llena de vida. Enfrentar al mundo es cosa de todos los días, pero a mí siempre me ha gustado dramatizar. Ahora, ya estoy en casa, en mi jardín, disfrutando mis cucardas y crotones, sin que nadie pueda entrar a mi refugio.

Cuarto día

A mi amiga M, se le ha ocurrido ir a la biblioteca, lo cual no es cosa nueva, pues durante el año debo de haber pisado más bibliotecas que micros. Ir con ella es bastante diferente, ella siempre querrá un sitio donde no le caiga el aire, un bus limpio, ventanas cerradas y de preferencia que me sienta a su lado, así que pasaremos por lo menos media hora paradas antes que aparezca uno decente. Cuando al fin nos sentamos, ella me comienza a enseñar los asientos rotos, haciendo señas que yo solamente entiendo, me pide que cierre las ventanas pues le dará el aire en la cara (no importa si es verano o invierno), yo la verdad prefiero las ventanas abiertas en verano o invierno, soy muy calurosa. Después de haber cerrado las ventanas, algunas personas protestan, M las vuelve a cerrar, luego que han visto su expresión nadie más se atreve a protestar, yo me río de lo lindo. A veces llevo un libro para leer, pero con ella es muy difícil, siempre quiere toda la atención posible y que converse con ella todo el camino. Cuando arribamos por fin a la biblioteca, creo poder descansar, ¡Qué equivocada estoy de nuevo! Siempre hay que llenar papelitos con datos, bibliografías que escribir, verificar o copiar. Ella hace todo primero, luego despacha todo el trabajo que hay que hacer. Esta vez tengo suerte, como ya le busqué los datos rápido, puedo esta vez leer a Herodoto. Ella sigue abstraída en su libro, yo en Herodoto, concentradas como estamos apenas nos damos cuenta que han pasado más de cuatro horas y no hemos almorzado. Así son siempre los días de biblioteca con M.


Quinto día

El día amaneció oscuro, M me llama por teléfono, desea ir a otra biblioteca en el centro de Lima, así que debo ir a buscarla a su casa. Subo atolondrada a la combi, pues los buses grandes no se detienen a veces. Me siento tranquila, le pago al cobrador. Observo a la gente agazapada en su sitio, seguro es sólo mi imaginación. ¡Otra vez equivocada! ¿Qué sucede con este loco? No quiere ni parar en los paraderos, hace rato que discute con el cobrador, éste trata de calmarlo, pero algo parece haberle sucedido en casa y todos pagamos los platos rotos. Aniquilación total, quisiera bajarme, pero no quiere parar en ningún lado, esto parece de película, pienso. ¿Estaremos siendo raptados por un maniático? La gente se agarra como puede a sus asientos, nos sacudimos hacía adelante y hacía atrás, pálidos, coléricos, sin poder hacer nada. Los hombres de la combi, parecen haberse convertido en mujeriles personajes, las mujeres calladas agarran a sus hijos como pueden. Yo pienso, pobre gente, pobres sus hijos ¡Caramba otra vez pensando en el resto! Las calles parecen desaparecer bajo mis pies, las nubes se arremolinan tratando de proteger mi alma, mi cuerpo lo siento en el desamparo, ya no habito en él. Mi corazón y mi mente están en casa de M. Ojalá, pueda verla de nuevo, ojalá, ojalá. Las narices de la gente resuman mucosidad, sudan frío, callados, sus almas parecen no estar presentes como la mía. Por fin grito ¡¡¡¡Baja Puente Nuevo!!!! Me deja metros más lejos, lo insulto, lo increpo, su cara imperturbable, parece la de un musulmán maniático. Creo que el mundo se ha vuelto loco, me voy recordándole a su madre. Ir al Puente Nuevo, se me está volviendo una tortura.

Sexto día

Debo hacer mercado y Villa María es lo que me queda más cerca, acá en Surco, donde vivo los precios son para los ricos que viven en esta zona, donde mi padre sin querer me atrapó en los precios de la zona. Temprano, salgo, para no encontrarme con la gente, menos mal que en el sentido que tomé el micro no hay a esas horas gente posible, pero tomarlo tampoco es fácil, desde que he subido de peso, igual no me amilano, eso nunca ha sido lo mío. Subida ya en el bus, comienzan las peleas de siempre, el pasaje un sol, yo insisto que pagaré solamente la mitad, pues son sólo 10 cuadras, y por esa distancia no estoy dispuesta a pagar más. Este chofer quiere su sol completo, y yo no cedo, entonces acelera, yo sonrío, ya estoy bastante acostumbrada a la velocidad, ¡Total diez cuadras se pasan volando! ¡¡¡Baja!!! Nos miramos las caras, acelera, pie derecho, piso fuerte como siempre, al vivir en Lima he aprendido a pisar sin miedo, a mirar de frente, a enfrentar al chofer, a bajarme si la situación se encrespa. De regreso la misma faena, ¡Señora viene Usted con paquetes, debe pagar un sol! Necia le digo que no, que son diez cuadras, ¡No sea abusivo!....Se resigna, finalmente. ¡No se puede con las tías! ¡¡, !! Sonrío, al pepino, pienso. Regreso a mi casa, donde podré de nuevo disfrutar de mis flores de colores.

Séptimo día

Espero que ya acabe el año, pues ha sido uno muy laborioso, uno de lectura. Hablando de eso, me acuerdo que quiero ir a Amazonas. Tarea grande tomando en cuenta que lo común es que traiga siquiera unos 15 libros. Me preparo mentalmente desde el día anterior, le comento a mi hija que tendrá que ir de nuevo a acompañarme, pues yo ya no puedo con los paquetes, ¡Tarea ardua, pero no imposible! Salimos muy tarde, pues la que me vende los libros, recién abre a las once de la mañana y llegar antes sería realmente estúpido. Subidas, pero paradas, porque ya es tarde, no tengo ganas de esperar. Nos agarramos como podemos, encorvadas en la combi, la ciática empieza a molestar, mi hija comienza a darme la lata, que no puede cargar su mochila, y yo, ¡Pues al piso! ¡Ay, los pelos me fastidian! Y yo que pongo mi cara larga y ella por fin se tranquiliza. Se despeja un asiento, le mando sentarse, con tal de no oír sus quejas mañaneras. Minutos después me siento a la altura de Javier Prado, allí baja mucha gente. La combi al menos, va despacio, pero la gente se ha metido la idea de cerrar todas las ventanas. ¿Qué veo? Una paisana comiendo papitas, ¡Qué rico!, pero la verdad no se me antoja en la combi. A lo más agua para la sed que nos mata como moscas, en vista que hay tres lactantes en el auto, ¡Castigo divino!, como es invierno, nadie puede abrir las ventanillas por los infantes y yo me resigno al calor sofocante del auto a pesar de ser invierno, pues me ha tocado sentarme en el motor del auto, siempre sacándome el premio. Me causa ternura ver a los lactantes tomando su leche, pues para ellos, que nada les importa la combi o los mirones es bueno viajar así abrigaditos en la combi. Ya en Amazonas, hemos encontrado una enciclopedia y 12 libros más, por lo que la tarea será extenuante. Ya cerca de las 2:00 de la tarde logramos llegar al paradero de regreso. Pero no encontramos sitio ni en broma, esperar, esperar, siempre en los paraderos. Allí viene una vacía, empujo a mi hija, pues es delicada por naturaleza, le pongo los 12 libros encima, subo, jalo las enciclopedias, 15 tomos, subo a duras penas. El viaje de regreso es tranquilo, menos mal, ya tengo bastante con cargar los benditos libros, bien dicen que sarna con gusto no pica. Por fin, en el paradero nada ha sucedido. Bajo con las enciclopedias a prisa, cojo los 12 libros, pero el auto acelera, ¡Maldición! Me falta mi hija, baja metros más allá renegando por su "desgracia", yo me río a carcajadas. Ella reniega. A sentarse en el paradero. "¡Anda tú primero, con unos libros, luego, vuelves por más!", le digo. A esperar de nuevo. Va sudando, a duras penas llega a cruzar el puente peatonal, pero yo estoy feliz con tantos libros, ¡Ah, el conocimiento me enloquece!, tres viajes ha hecho, media hora después acabo de llevar todo. Ahora ya puedo acompañarla en su último viaje de regreso a casa.


Octavo día

Las combis en Puente Nuevo son muchas, difícil escoger una que realmente sirva para nuestros propósitos, y no me quejo de la bulliciosa gente, ni los apretados corredores donde logran entrar hasta cinco personas a fuerza de estar juntitos como en una discoteca. Mirar a la cara del chofer primero antes de subir, si es viejo es mejor, pienso, debe ser más juicioso, pero ha resultado muchas veces difícil la decisión, aunque por otro lado los jóvenes de cuarenta deberían ser los más juiciosos, los más atentos, los de mejores reflejos, pero a mi parecer eso tampoco funciona, es como jugar a la ruleta rusa con una pistola. Las veces que elegí los más jóvenes me fue muy mal, ahora ya no repito esa experiencia. Me pregunto: ¿cómo es que consiguen los brevetes a tan corta edad? Algunos parecen no haber acabado la primaria, pues sólo hablan a medias, no saludan, ni se mortifican en dar explicaciones a los mayores que ellos. La verdad es que parece que llevaran papas en lugar de personas. Bueno, recuerdo un día cuando estaba en el Puente Nuevo con mi hija, para dirigirnos a nuestra casa, subo y me siento al lado de un tipo, mi hija en el asiento solitario. Veo de repente que dos señoras prácticamente saltan de la combi, me pregunto el porqué, si bien apesta igual que todas, está sucia igual que todas, hace calor como siempre y no falta por allí un borrachito de fin de semana, no me parece que suceda algo extraordinario, hasta que una señora me dice:¡Cuidado a su lado! y ¡¡¡ZAS!!! Un tipo está masturbándose en la combi, ¡no, no es una broma! Pienso en mi hija, ¡La tomo del brazo! ¿Qué pasa? pregunta. ¡¡Baja!!. Segundos después obedece, bajamos. En tierra le explico. Los chicos siempre preguntando antes de acatar, pienso. Esa creo que debe haber sido una de las rarezas más graves de Puente Nuevo. Pues a los borrachos, peperas, señoras con bultos, pirañitas, policías, entre otros; ya estoy bastante acostumbrada, pero nunca deja de sorprenderme.

Noveno día

Sentada en el sillón de atrás, justo en el cruce de la avenida Benavides con la Panamericana, en la línea S. Suben de repente cuatro tipos demasiado arreglados, la sospecha no se hace esperar, las ganas de bajar no me dejan, pero traigo dinero en el bolsillo, y como hay dos que custodian, prefiero parapetarme atrás, bien atrás. Fijo mirada en ellos, entonces, pues ellos saben que yo sé, pero que no diré nada con tal de que no me roben. Uno mete la mano a la cartera de una anciana, ella ni ha sentido siquiera un poco; otro saquea los bolsillos de un universitario. No pierdo nota de nada, me parece increíble la osadía de esta gente y la estupidez de los otros, que no se percatan de que todos han subido demasiado a prisa, demasiado arreglados, demasiado peinaditos y olorosos. Pero la experiencia me ha enseñado que es mejor sentarse cerca de un trabajador a las 6:00 de la tarde, que uno que apenas huele a trabajo. El tercero de los personajes mete la mano en el bolsillo trasero de una jovencita y si lleva la billetera al suyo. Más allá el otro desvalija a otro señor, con los mismos métodos. Mientras tanto uno de los ladrones me observa sonriendo. Yo sólo lo observo muy seria, perturbada, agraviada. El boletero me mira también como comprendiendo. Segundos después tan rápido como han subido se bajan. La gente se siente extraña, pero ni siquiera sabe el porqué. Me pregunto si el boletero y el chofer estaban confabulados. De repente una señora echa de menos su billetera, me mira, me pregunta. Yo le señalo a los que corren por la calle. Ella se molesta ¿por qué no aviso? Porque no quiero que me corten. La gente de los conos presta más atención a los ladrones, la gente de Surco siempre es sorprendida por estos asaltantes. Sigo allí sentada, porque al fin y al cabo yo salí a ver unos libros no a resolver los problemas del mundo. Al menos no este día.

Décimo día

Viniendo de la Fábrica Monark subimos con mi hija en una combi que me conducirá a mi casa, la línea S, casi siempre lleva gente de las zonas más favorecidas. Estaba casi totalmente vacía. Al fondo un señor, de origen afroperuano, sentado solo, pareciera que así quisiera estar, y también parece que los otros quieren estar lejos de él. Pero yo necia, como siempre escojo el sitio junto a él, pues se encuentra al fondo de la combi, al lado de mi hija. El me observa con extrañeza. ¡Claro, tenía que ser! Los peruanos separándose por nada. En fin quiero dar una lección al señor, mi hija que aún es pequeña observa al Señor de una manera curiosa, pero en mi mirada ella intuye que no debe preguntar por qué la gente nos mira con cautela, cómo reclamando el hecho que nos sentemos a su lado como si fuéramos sus parientes. Hasta el chofer observa curioso. Después de muchos minutos, el señor se cansa de observarnos con curiosidad, mi hija se distrae conversándome. Baja apurado, pide permiso, asiento con la cabeza y él se baja incierto, pero feliz, pareciera.

Undécimo día

De regreso a mi casa, vengo muy tarde en una combi donde apenas cabe un alfiler. He caminado todo el día tratando de encontrar unos libros, y la verdad me duelen mucho los pies. Hay por lo menos diez hombres sentados, todos bien peruanitos. De pronto en una paradero sube una mujer, que debe tener por lo menos siete meses de gestación por lo que se puede observar. El boletero dice: "Sitio para la mamita", pero lo dice en voz apenas perceptible. Yo observo con curiosidad a los hombres que no se inmutan si quiera un poco. ¿Qué pasa? Sólo somos una anciana, mi persona y la embarazada, el resto son todos hombres, pero no se paran, al revés levantan sus caras desafiantes. A mí me faltan cinco cuadras para bajar, pero los pies me duelen demasiado para ceder el asiento, supuse por unos segundos que se pararía uno de los hombres, pero nada. ¿Increíble? No, para nada. Es que la señora es de ascendencia afro, ¡Ah, por eso no se paran! Claro, los peruanos siempre nos raciamos entre nosotros. Todos tenemos de inga y mandinga, pero a la hora de los loros, parece que todo el mundo tiene amnesia. Más de cinco veces el boletero ha insistido, cansado por fin se ha callado, pues los hombres comienzan a incomodarse y a hacer caras al boletero para que se calle. Mientras tanto la pena agobia a esta futura madre, que ojalá nos traiga un Nicomedes Santa Cruz en ese vientre precioso, que sufrió los embates del racismo por segundos, que parecían eternos, por segundos dolorosos que me hicieron recordar las pocas veces que estos hombrecitos me cedieron el asiento. El mundo cambia todos los días, pero estos últimos que he visto, parece que cambia para el mal de todos.

Duodécimo día

No es la primera vez que observo este tipo de eventos. Alguna vez cuando me regresaba de Villa María, me senté junto a una señora de mediana edad, de ascendencia afro. Ella pareció molesta, porque me senté a su lado, pero yo insistí en quedarme. Recordando a la señora embarazada, volví a sentir el recelo de aquella señora con más intensidad, pero ni ella ni yo cedíamos un paso. El autobús casi vacío, pero yo quería estar junto a ella, pues quiero ser la primera en aprender lo que se siente el rechazo desde cualquier punto de vista. Minutos pasaron antes que la señora se sintiera cómoda con mi presencia, pero me recordaba a mi Nana Helena, y por eso no podía dejar de observarla, asunto que ella interpretó como osadía de mi parte. Pero al poco tiempo se tranquilizo un poco, aunque su recelo jamás desapareció. Imposible olvidar a Helenita, quien me alimentaba todos los días de mi precaria adolescencia, mientras que egoísta le contestaba y fastidiaba. Pero los años han pasado tan rápido, Helenita debe ya descansar su inagotable cuerpo y me digo a mí misma que sirvieron mucho sus resondres y gritos, pues he aprendido a respetar por fin a mis mayores, aunque no sin mucho trabajo. Al final la señora baja del bus, yo me quedo sola, pensando en mi Helenita, en el mundo que es tan difícil de cambiar, en las diferencias sociales, en el egoísmo de la gente, en la envidia, en el recelo. Mientras escucho ¡Baja! a cada momento, por fin tengo que bajar en Emancipación, el tiempo lo pasé pensando en Helena, al menos no he sentido los baches, los malos olores, la mala gana de la gente, sus quejas, sus problemas resumidos a veces en una hora.

Decimotercero día

Desplazarse por Lima es cada día más difícil, ya sea que vaya uno de trabajo, a estudiar, a visitar a un amigo o de turismo. Pero la gente no pierde las ganas de salir por las calles, para comprar un regalito a la enamorada, un libro o ir a la iglesia a ver un poco de palomas. Es preciso recordar, pues, que antes de subir a una combi, es mejor ir con un conductor que pase de los cincuenta y tantos, que tenga cara de buenos amigos, rogar que ese día no se haya peleado con la mujer y los hijos y subir santiguándose finalmente. Siempre que se lleve mochila recordar de dejar algo inútil en el bolsillo más visible, como medias sucias o papeles en desuso en una bolsa para que se lleve el ladrón, cargar con siquiera veinte soles en el bolsillo, porque si no tienes nada te corta por misio, si eres bonita te lanzará por la puerta, si eres vieja te meterá cabe y si eres joven te dejará sin un centavo. No pelearse con el chofer, porque como es el que conduce, al bajar pueda que acelere, para disfrutar mientras caes. No meterse en los problemas del vecino, porque sino uno está expuesto a las peores represalias. Así anda el mundo en estos días, egoísta, sínico y siniestro. Sólo los crédulos creen ir con gente totalmente inocente en el autobús, con sus caritas insensibles, cansadas, deprimidos algunos por sus vidas que pasan a la velocidad de cualquiera de esas combis asesinas. Me acuerdo que cuando voy al mercado o a comprar libros siempre hay que ir con lo necesario, ya más de una vez me han robado sin darme cuenta por cierto o sin poder hacer nada, dada la apariencia del bandido. En fin, mi bella Lima debe ser visitada con mucha precaución, aunque la verdad sin miedo, pensando que al menos al final de un accidente todos tendremos el mismo destino, dependerá pues, del chofer, de nosotros, del boletero que elijamos una combi y no otra, y cuando venga el tren eléctrico me libraré de muchas de ellas y sus sinsabores.

Decimocuarto día

Cuando se trata de salir temprano a comprar repuestos a la cachina debe uno vestirse como si fuera de la zona, la ropa bien viejita, aunque el guardián que tengo en la puerta de mi casa mira con cierta reserva, pero igual me salgo con la mía. Ya alguna vez salí con mi hija para mostrarle cómo debe comportarse en aquel lugar y para que aprenda a regatear con los vendedores de la zona. Cierto día que estábamos yendo en bus por el cruce de la avenida México y Nicolás Ayllón, un taxi tuvo la ocurrencia de cerrarle el paso al bus en que nos encontrábamos, por lo que el chofer al observar que este no se movía monto en cólera. Minutos antes el cobrador había bajado a marcar tarjeta en un poste y por no preguntar al chofer qué pasaba y viendo que el taxi se empecinaba en no avanzar, lanzó una enorme piedra contra el parabrisa trasero del taxi tico amarillo, creyendo que dentro sólo habría un individuo pequeño, cuando de repente salió del taxi un cholo power, muy alto. Al verlo el cobrador tuvo que echar la carrera, para deleite de mi persona, luego bajó el cliente que llevaba el taxi y le dieron una paliza al cobrador. Lo único que sé es que el chofer nunca lo ayudó y más bien se fue, dejándolo en mano de los otros dos. Nosotras nos bajamos en la zona de San Jacinto, no nos quedo de otra y no tardamos en subir lo más rápido posible a otra unidad, pues esa zona resulta un poco peligrosa.

Decimoquinto día

En uno de los tantos regresos de San Juan de Lurigancho, en una combi de las llamadas asesinas subió un individuo que se encontraba borracho y que el cobrador no noto pues en ese momento conversaba con el chofer. Lo cierto es que se sentó atrás y estaba de lo más inquieto. De repente minutos después cuando el cobrador trato de cobrarle el pasaje se negó a pagar lo justo, pues quería pagar sólo un sol por ir a Villa El salvador, por lo comenzó una discusión acalorada. Segundos después el acalorado borracho lanzo un poco acertado puñete que fue a dar a la cabeza de un pasajero, entonces éste se quejo y lanzo improperios, cuando volteo los golpes llovían. Estando con mi niña, que a todos sitios me veo en la necesidad de llevar, la cubrí con mi cuerpo, pues los puñetazos llovían hasta de después de varios golpes infructuosos por parte del borracho y otros tantos acertados por los demás pasajeros lo lograron bajar de la combi. Pero la ira ya había hecho lo suyo y cuando bajaron el chofer y el cobrador no se limitaron a dejarlo tirado en el suelo, sino que colocaron su cabeza entre los dos fierros que hay siempre a los bordes de la carretera y allí le dieron de patadas y golpes en la cabeza hasta dejarlo inconsciente. Claro en ese momento todos aplaudimos, pues ya nos encontrábamos más tranquilos en la combi, pero después pensando, me preguntaba que pasaría si este chofer y este cobrador quisieran asaltarlo a uno en mitad de la vía Evitamiento, entonces todo sería muy diferente, pero eso por suerte aún no me ha pasado.

Decimosexto día

Este día salimos temprano, una muchachita me cede el asiento en la combi y me conversa amablemente mientras llegamos a destino con mi hija. El chofer no está yendo rápido y hasta me pareció verle una sonrisa y hasta se ha pulido hoy día el cobrador dando los buenos días. Después de muchos minutos bajamos en el paradero Flores para comprar unas cucardas, pues es la época de cosecha de la cucarda y abundan los colores. Hemos pasado una hora eligiendo la más bonita y admirando las otras flores. Decidimos regresar con nuestra preciosa carga y otra vez tenemos la suerte, esta vez por parte de un señor, de que nos cedan el sitio y podemos sentarnos. Media hora después bajamos en nuestro paradero y llegamos sin novedad. Pero, claro, este es un día ficticio, en realidad la combi de la mañana fue muy rápido, el cobrador nunca saludo, el chofer andaba mal encarado, los pasajeros serios y ensimismados, sin ceder asiento ni conversar con nadie. La verdad son casi innombrables los días en que mis conciudadanos me saludan, y ya lo he confrontado cuando en otros países, allí la educación prima; acá la agresividad, la audacia, la insensibilidad, la suspicacia, la burla, el acoso, el robo y la sinvergüencería. Ojalá algún día cambiemos.