jueves, 20 de enero de 2011

Combi a la limeña

Primer día

A las 6:00 de la mañana es la única hora en que puedo salir de mi casa sin ir parada, pienso. Con el tráfico atorado en la avenida Primavera nunca llegaría a la Universidad aunque me lo propusiera. Sentada en la banca, observo a la poca gente que a esa hora silenciosa circula por la calle. Los parques vacíos, el serenazgo amortizando la noche, meditabundo y somnoliento mira a los transeúntes. Subir a la combi es más cuestión de fuerza que de maña, antes cuando estaba embarazada me cedían el asiento, pero ahora ni las ancianas, ni las embarazadas tenemos privilegios. Por fin, sentada en mi asiento (que no pienso ceder a nadie), aprieto fuerte la mochila, mirando a todos los presentes, no vaya a haber uno de esos que siempre toma lo que no le pertenece. Infierno, me dice mi mente. Otra vez el mismo calor y la gente con las ventanas cerradas, ¿no sienten calor como yo?, los niños transpiran, las madres los abrigan más y más y ellos sin poder protestar ponen cara de puchero o echan a llorar sin parar. Una señora acomodada atrás se deleita con mandarinas, las pepitas las escupe por la ventana, luego arrojará las cáscaras. Recuerdo la sierra tempranera y me pregunto si allá en los Andes también despepitarán arrojando desperdicios en medio de las calles. ¡Ah!, pero qué ven mis ojos, un tipo de esos que no faltan se le salen los ojos desorbitados cuando una señora da el pecho a su bebito, ¡Vaya!, la verdad a estas alturas nada me llama la atención, aunque la indignación no desaparece del todo. Volteo la cara a la ventanilla del auto, prefiero ver los eucaliptos de Evitamiento, los cerros de Puente nuevo, las casas pintadas de muchos colores y los avisos políticos en el arenal. Llego a mi paradero, ahora a correr, a esta hora la gente de San Juan de Lurigancho corre como si fuera el último día del planeta, y hay que tener mucho cuidado de no atravesarse en su camino. Finalmente, logro atravesar el pandemonio de gente y el grifo, allí me espera una amiga para llevarme a la Universidad. Me imagino al resto de la gente sudorosa en el micro, apretada. No todos tienen mi suerte.

Segundo día

Mi casa tiene un gran jardín, y por eso, se me antoja (como todas las mujeres), ir a comprar plantas de vez en cuando al Rímac, donde podré encontrar lo que deseo a buen precio, pero para ello requeriré de mucho ímpetu y fuerza, pues traer tres o cuatro plantas en una combi es un verdadero suplicio para la gente y para mí. Decido ir con mi hija, que aunque muchacha tiene los pies más pesados que una anciana, igual a regañadientes tendrá que acompañarme. Ya estoy pensando en las cucardas que compraré, en los crotones que plantaré. Temprano en la mañana del día fijado salimos calladamente, pero la estrepitosa voz de mi hija despierta hasta los pájaros de sus nidos. El mercado del Rímac está abierto desde las 5:00 de la mañana, quizás un poco antes, pero nunca he ido más temprano que eso. Apretamos el paso por el parque, vemos a los chiscos en los postes, arremolinados jugando, siempre desconfiados, así es mejor, pues los humanos solemos ser muy traicioneros, y parece ser que ellos captaron nuestra naturaleza hace mucho tiempo. De nuevo sentadas en la combi, me tengo que dedicar a la peor tarea, tener que cuidar a mi hija de los mirones, que nunca faltan, pues además la muchachita suele usar short o algo más corto con tal de sentirse cómoda. Algunos universitarios ya van leyendo sus copias a esa hora, me parece que por Evitamiento solamente deben ir al Puente nuevo, donde los espera el bus que los lleva a La Cantuta. Concentrada como voy en la combi apenas me doy cuenta de la velocidad que lleva el infeliz del chofer, pero mi hija me lo hace notar, pero ya pagamos, otra vez atrapadas, pienso de nuevo en cucardas de colores, y no quiero gastar un centavo más en pasaje. Acelera de manera que parece uno de esos jugadores de jockey, que golpea a los otros por meter el dichoso gol. Me pregunto a dónde irá tan de prisa. Como siempre la gente sin protestar, todos parecen inmovilizados, otros parecen disfrutar de la velocidad, yo me trato de concentrar en las ventanas laterales, porque ver al frente sería totalmente desatinado. Más de una vez le han cerrado el paso otra de esas combis asesinas, y claro, el chofer picón quiere pasarla de nuevo y así sentir supongo su hombría un poco más inflada. ¿Cuál hombría? Si tuviera alguna conduciría como persona, pero esa palabra entre esa gente está totalmente olvidada. ¿Si mueren sus hijos lo llorarían en casa? Pero, ¿qué huelo? ¿Ah? Fijo los ojos en el chofer, lo he entendido todo, miro luego a mi hija, pienso faltan sólo algunas cuadras…¡Qué más da! ¡¡¡Baja!!! El ejercicio le hará bien a mis piernas, las cucardas pueden esperar media hora más, de regreso mejor venir en los buses chinos.

Tercer día

Me he quedado muy tarde en la casa de una amiga, pero la verdad me gusta dormir en mi cama, así que me despido cordialmente, camino al paradero, subo sin fijarme, distraída, pago y me siento. Veo que la gente está algo fastidiada, pero en ese instante no me percato el porqué. Sentada, cansada, aburrida, mi letargo crece sobremanera. El bus de la OM-17 avanza como si fuera tortuga. Gritan desde atrás para que avance. El chofer les dice que se bajen que a él le da lo mismo, inaudito. Claro, éste, ya cobró el pasaje, y cómo además es grande, histérico, todos se resignan a soportarlo, mientras de a pocos van bajando en sus paraderos. No es la primera vez que me pasa esto, siempre hacen lo que quieren, pero nunca hay un solo peruano capaz de bajarlo a patadas del bus y traer a un policía, para que nos devuelva el pasaje. ¿Para qué me habré quedado hasta tan tarde? Decido concentrarme en mi libro de Herodoto, aprovechando la velocidad del micro, siempre hay que aprovechar el tiempo. Más adelante, bajo en el paradero con todos. Ahora a tomar otro, pero como ya me cansé de combis decido subirme en los Grandes, esos al menos si se chocan debería tener uno más posibilidades de salvarse. Subo la escalera empinada del Puente nuevo. Justo hay una estacionada esperando gente, pero está bien llena, ni modo, pues quiero llegar temprano para tomar un buen baño. Agarrada a la baranda se van sentando los hombres primero, la verdad eso ya no es curioso, los muchachos de ahora se hacen los dormidos mientras viajan en el bus, los cuarentones se hacen de la vista gorda y los viejos te observan a las señoras con cierto recelo. Agarrada, colgada del travesaño, mi cuerpo se tambalea, queriendo buscar punto de apoyo, pero no lo encuentra, parezco convertirme en cometa, con los pies volando, debo bajar de peso, antes podía manejarme mejor en los buses, pero ahora mi peso parece querer lanzarme hacia la ventana de conductor. Esa sensación de vuelo, la verdad la detesto, pues sufro de aerofobia, y la velocidad es algo que no me causa la menor gracia. Igualmente, tengo que salir todos los días en el bus para ir al mercado, para la universidad, para visitar a los amigos, así que resignada como el resto, parecemos cometas chinas en los pasillos del bus, cuando frena en cada paradero. Unos muchachos afros han subido al micro, nos traen música de rap, que yo encuentro muy divertida. Debe ser efecto de haber vivido de Estados Unidos, en un barrio de gente negra, donde al atardecer bailaban, peleaban, gritaban, rapeaban. En ese momento me transporté a ese lugar, a mi barrio antiguo, ruidoso, lleno de pesadillas y sueños, poblado de gente trabajadora. Llego a Prosegur, mi paradero, al fin doy el último respiro, al fin en casa, pero de nuevo me atacan ligeramente mis miedos. Sí, debo cruzar el puente peatonal y eso tampoco me gusta, ¡las alturas nunca me han gustado! Pero igual avanzo, he cruzado varios puentes peatonales en mi vida, y cruzaré más. Alguna vez subida en él, para superar mis miedos, aproveché que no había gente, y venía un trailer, de esos grandes y abrí los brazos, mientras pasaba a toda velocidad, sentir el miedo en las venas, te llena de vida. Enfrentar al mundo es cosa de todos los días, pero a mí siempre me ha gustado dramatizar. Ahora, ya estoy en casa, en mi jardín, disfrutando mis cucardas y crotones, sin que nadie pueda entrar a mi refugio.

Cuarto día

A mi amiga M, se le ha ocurrido ir a la biblioteca, lo cual no es cosa nueva, pues durante el año debo de haber pisado más bibliotecas que micros. Ir con ella es bastante diferente, ella siempre querrá un sitio donde no le caiga el aire, un bus limpio, ventanas cerradas y de preferencia que me sienta a su lado, así que pasaremos por lo menos media hora paradas antes que aparezca uno decente. Cuando al fin nos sentamos, ella me comienza a enseñar los asientos rotos, haciendo señas que yo solamente entiendo, me pide que cierre las ventanas pues le dará el aire en la cara (no importa si es verano o invierno), yo la verdad prefiero las ventanas abiertas en verano o invierno, soy muy calurosa. Después de haber cerrado las ventanas, algunas personas protestan, M las vuelve a cerrar, luego que han visto su expresión nadie más se atreve a protestar, yo me río de lo lindo. A veces llevo un libro para leer, pero con ella es muy difícil, siempre quiere toda la atención posible y que converse con ella todo el camino. Cuando arribamos por fin a la biblioteca, creo poder descansar, ¡Qué equivocada estoy de nuevo! Siempre hay que llenar papelitos con datos, bibliografías que escribir, verificar o copiar. Ella hace todo primero, luego despacha todo el trabajo que hay que hacer. Esta vez tengo suerte, como ya le busqué los datos rápido, puedo esta vez leer a Herodoto. Ella sigue abstraída en su libro, yo en Herodoto, concentradas como estamos apenas nos damos cuenta que han pasado más de cuatro horas y no hemos almorzado. Así son siempre los días de biblioteca con M.


Quinto día

El día amaneció oscuro, M me llama por teléfono, desea ir a otra biblioteca en el centro de Lima, así que debo ir a buscarla a su casa. Subo atolondrada a la combi, pues los buses grandes no se detienen a veces. Me siento tranquila, le pago al cobrador. Observo a la gente agazapada en su sitio, seguro es sólo mi imaginación. ¡Otra vez equivocada! ¿Qué sucede con este loco? No quiere ni parar en los paraderos, hace rato que discute con el cobrador, éste trata de calmarlo, pero algo parece haberle sucedido en casa y todos pagamos los platos rotos. Aniquilación total, quisiera bajarme, pero no quiere parar en ningún lado, esto parece de película, pienso. ¿Estaremos siendo raptados por un maniático? La gente se agarra como puede a sus asientos, nos sacudimos hacía adelante y hacía atrás, pálidos, coléricos, sin poder hacer nada. Los hombres de la combi, parecen haberse convertido en mujeriles personajes, las mujeres calladas agarran a sus hijos como pueden. Yo pienso, pobre gente, pobres sus hijos ¡Caramba otra vez pensando en el resto! Las calles parecen desaparecer bajo mis pies, las nubes se arremolinan tratando de proteger mi alma, mi cuerpo lo siento en el desamparo, ya no habito en él. Mi corazón y mi mente están en casa de M. Ojalá, pueda verla de nuevo, ojalá, ojalá. Las narices de la gente resuman mucosidad, sudan frío, callados, sus almas parecen no estar presentes como la mía. Por fin grito ¡¡¡¡Baja Puente Nuevo!!!! Me deja metros más lejos, lo insulto, lo increpo, su cara imperturbable, parece la de un musulmán maniático. Creo que el mundo se ha vuelto loco, me voy recordándole a su madre. Ir al Puente Nuevo, se me está volviendo una tortura.

Sexto día

Debo hacer mercado y Villa María es lo que me queda más cerca, acá en Surco, donde vivo los precios son para los ricos que viven en esta zona, donde mi padre sin querer me atrapó en los precios de la zona. Temprano, salgo, para no encontrarme con la gente, menos mal que en el sentido que tomé el micro no hay a esas horas gente posible, pero tomarlo tampoco es fácil, desde que he subido de peso, igual no me amilano, eso nunca ha sido lo mío. Subida ya en el bus, comienzan las peleas de siempre, el pasaje un sol, yo insisto que pagaré solamente la mitad, pues son sólo 10 cuadras, y por esa distancia no estoy dispuesta a pagar más. Este chofer quiere su sol completo, y yo no cedo, entonces acelera, yo sonrío, ya estoy bastante acostumbrada a la velocidad, ¡Total diez cuadras se pasan volando! ¡¡¡Baja!!! Nos miramos las caras, acelera, pie derecho, piso fuerte como siempre, al vivir en Lima he aprendido a pisar sin miedo, a mirar de frente, a enfrentar al chofer, a bajarme si la situación se encrespa. De regreso la misma faena, ¡Señora viene Usted con paquetes, debe pagar un sol! Necia le digo que no, que son diez cuadras, ¡No sea abusivo!....Se resigna, finalmente. ¡No se puede con las tías! ¡¡, !! Sonrío, al pepino, pienso. Regreso a mi casa, donde podré de nuevo disfrutar de mis flores de colores.

Séptimo día

Espero que ya acabe el año, pues ha sido uno muy laborioso, uno de lectura. Hablando de eso, me acuerdo que quiero ir a Amazonas. Tarea grande tomando en cuenta que lo común es que traiga siquiera unos 15 libros. Me preparo mentalmente desde el día anterior, le comento a mi hija que tendrá que ir de nuevo a acompañarme, pues yo ya no puedo con los paquetes, ¡Tarea ardua, pero no imposible! Salimos muy tarde, pues la que me vende los libros, recién abre a las once de la mañana y llegar antes sería realmente estúpido. Subidas, pero paradas, porque ya es tarde, no tengo ganas de esperar. Nos agarramos como podemos, encorvadas en la combi, la ciática empieza a molestar, mi hija comienza a darme la lata, que no puede cargar su mochila, y yo, ¡Pues al piso! ¡Ay, los pelos me fastidian! Y yo que pongo mi cara larga y ella por fin se tranquiliza. Se despeja un asiento, le mando sentarse, con tal de no oír sus quejas mañaneras. Minutos después me siento a la altura de Javier Prado, allí baja mucha gente. La combi al menos, va despacio, pero la gente se ha metido la idea de cerrar todas las ventanas. ¿Qué veo? Una paisana comiendo papitas, ¡Qué rico!, pero la verdad no se me antoja en la combi. A lo más agua para la sed que nos mata como moscas, en vista que hay tres lactantes en el auto, ¡Castigo divino!, como es invierno, nadie puede abrir las ventanillas por los infantes y yo me resigno al calor sofocante del auto a pesar de ser invierno, pues me ha tocado sentarme en el motor del auto, siempre sacándome el premio. Me causa ternura ver a los lactantes tomando su leche, pues para ellos, que nada les importa la combi o los mirones es bueno viajar así abrigaditos en la combi. Ya en Amazonas, hemos encontrado una enciclopedia y 12 libros más, por lo que la tarea será extenuante. Ya cerca de las 2:00 de la tarde logramos llegar al paradero de regreso. Pero no encontramos sitio ni en broma, esperar, esperar, siempre en los paraderos. Allí viene una vacía, empujo a mi hija, pues es delicada por naturaleza, le pongo los 12 libros encima, subo, jalo las enciclopedias, 15 tomos, subo a duras penas. El viaje de regreso es tranquilo, menos mal, ya tengo bastante con cargar los benditos libros, bien dicen que sarna con gusto no pica. Por fin, en el paradero nada ha sucedido. Bajo con las enciclopedias a prisa, cojo los 12 libros, pero el auto acelera, ¡Maldición! Me falta mi hija, baja metros más allá renegando por su "desgracia", yo me río a carcajadas. Ella reniega. A sentarse en el paradero. "¡Anda tú primero, con unos libros, luego, vuelves por más!", le digo. A esperar de nuevo. Va sudando, a duras penas llega a cruzar el puente peatonal, pero yo estoy feliz con tantos libros, ¡Ah, el conocimiento me enloquece!, tres viajes ha hecho, media hora después acabo de llevar todo. Ahora ya puedo acompañarla en su último viaje de regreso a casa.


Octavo día

Las combis en Puente Nuevo son muchas, difícil escoger una que realmente sirva para nuestros propósitos, y no me quejo de la bulliciosa gente, ni los apretados corredores donde logran entrar hasta cinco personas a fuerza de estar juntitos como en una discoteca. Mirar a la cara del chofer primero antes de subir, si es viejo es mejor, pienso, debe ser más juicioso, pero ha resultado muchas veces difícil la decisión, aunque por otro lado los jóvenes de cuarenta deberían ser los más juiciosos, los más atentos, los de mejores reflejos, pero a mi parecer eso tampoco funciona, es como jugar a la ruleta rusa con una pistola. Las veces que elegí los más jóvenes me fue muy mal, ahora ya no repito esa experiencia. Me pregunto: ¿cómo es que consiguen los brevetes a tan corta edad? Algunos parecen no haber acabado la primaria, pues sólo hablan a medias, no saludan, ni se mortifican en dar explicaciones a los mayores que ellos. La verdad es que parece que llevaran papas en lugar de personas. Bueno, recuerdo un día cuando estaba en el Puente Nuevo con mi hija, para dirigirnos a nuestra casa, subo y me siento al lado de un tipo, mi hija en el asiento solitario. Veo de repente que dos señoras prácticamente saltan de la combi, me pregunto el porqué, si bien apesta igual que todas, está sucia igual que todas, hace calor como siempre y no falta por allí un borrachito de fin de semana, no me parece que suceda algo extraordinario, hasta que una señora me dice:¡Cuidado a su lado! y ¡¡¡ZAS!!! Un tipo está masturbándose en la combi, ¡no, no es una broma! Pienso en mi hija, ¡La tomo del brazo! ¿Qué pasa? pregunta. ¡¡Baja!!. Segundos después obedece, bajamos. En tierra le explico. Los chicos siempre preguntando antes de acatar, pienso. Esa creo que debe haber sido una de las rarezas más graves de Puente Nuevo. Pues a los borrachos, peperas, señoras con bultos, pirañitas, policías, entre otros; ya estoy bastante acostumbrada, pero nunca deja de sorprenderme.

Noveno día

Sentada en el sillón de atrás, justo en el cruce de la avenida Benavides con la Panamericana, en la línea S. Suben de repente cuatro tipos demasiado arreglados, la sospecha no se hace esperar, las ganas de bajar no me dejan, pero traigo dinero en el bolsillo, y como hay dos que custodian, prefiero parapetarme atrás, bien atrás. Fijo mirada en ellos, entonces, pues ellos saben que yo sé, pero que no diré nada con tal de que no me roben. Uno mete la mano a la cartera de una anciana, ella ni ha sentido siquiera un poco; otro saquea los bolsillos de un universitario. No pierdo nota de nada, me parece increíble la osadía de esta gente y la estupidez de los otros, que no se percatan de que todos han subido demasiado a prisa, demasiado arreglados, demasiado peinaditos y olorosos. Pero la experiencia me ha enseñado que es mejor sentarse cerca de un trabajador a las 6:00 de la tarde, que uno que apenas huele a trabajo. El tercero de los personajes mete la mano en el bolsillo trasero de una jovencita y si lleva la billetera al suyo. Más allá el otro desvalija a otro señor, con los mismos métodos. Mientras tanto uno de los ladrones me observa sonriendo. Yo sólo lo observo muy seria, perturbada, agraviada. El boletero me mira también como comprendiendo. Segundos después tan rápido como han subido se bajan. La gente se siente extraña, pero ni siquiera sabe el porqué. Me pregunto si el boletero y el chofer estaban confabulados. De repente una señora echa de menos su billetera, me mira, me pregunta. Yo le señalo a los que corren por la calle. Ella se molesta ¿por qué no aviso? Porque no quiero que me corten. La gente de los conos presta más atención a los ladrones, la gente de Surco siempre es sorprendida por estos asaltantes. Sigo allí sentada, porque al fin y al cabo yo salí a ver unos libros no a resolver los problemas del mundo. Al menos no este día.

Décimo día

Viniendo de la Fábrica Monark subimos con mi hija en una combi que me conducirá a mi casa, la línea S, casi siempre lleva gente de las zonas más favorecidas. Estaba casi totalmente vacía. Al fondo un señor, de origen afroperuano, sentado solo, pareciera que así quisiera estar, y también parece que los otros quieren estar lejos de él. Pero yo necia, como siempre escojo el sitio junto a él, pues se encuentra al fondo de la combi, al lado de mi hija. El me observa con extrañeza. ¡Claro, tenía que ser! Los peruanos separándose por nada. En fin quiero dar una lección al señor, mi hija que aún es pequeña observa al Señor de una manera curiosa, pero en mi mirada ella intuye que no debe preguntar por qué la gente nos mira con cautela, cómo reclamando el hecho que nos sentemos a su lado como si fuéramos sus parientes. Hasta el chofer observa curioso. Después de muchos minutos, el señor se cansa de observarnos con curiosidad, mi hija se distrae conversándome. Baja apurado, pide permiso, asiento con la cabeza y él se baja incierto, pero feliz, pareciera.

Undécimo día

De regreso a mi casa, vengo muy tarde en una combi donde apenas cabe un alfiler. He caminado todo el día tratando de encontrar unos libros, y la verdad me duelen mucho los pies. Hay por lo menos diez hombres sentados, todos bien peruanitos. De pronto en una paradero sube una mujer, que debe tener por lo menos siete meses de gestación por lo que se puede observar. El boletero dice: "Sitio para la mamita", pero lo dice en voz apenas perceptible. Yo observo con curiosidad a los hombres que no se inmutan si quiera un poco. ¿Qué pasa? Sólo somos una anciana, mi persona y la embarazada, el resto son todos hombres, pero no se paran, al revés levantan sus caras desafiantes. A mí me faltan cinco cuadras para bajar, pero los pies me duelen demasiado para ceder el asiento, supuse por unos segundos que se pararía uno de los hombres, pero nada. ¿Increíble? No, para nada. Es que la señora es de ascendencia afro, ¡Ah, por eso no se paran! Claro, los peruanos siempre nos raciamos entre nosotros. Todos tenemos de inga y mandinga, pero a la hora de los loros, parece que todo el mundo tiene amnesia. Más de cinco veces el boletero ha insistido, cansado por fin se ha callado, pues los hombres comienzan a incomodarse y a hacer caras al boletero para que se calle. Mientras tanto la pena agobia a esta futura madre, que ojalá nos traiga un Nicomedes Santa Cruz en ese vientre precioso, que sufrió los embates del racismo por segundos, que parecían eternos, por segundos dolorosos que me hicieron recordar las pocas veces que estos hombrecitos me cedieron el asiento. El mundo cambia todos los días, pero estos últimos que he visto, parece que cambia para el mal de todos.

Duodécimo día

No es la primera vez que observo este tipo de eventos. Alguna vez cuando me regresaba de Villa María, me senté junto a una señora de mediana edad, de ascendencia afro. Ella pareció molesta, porque me senté a su lado, pero yo insistí en quedarme. Recordando a la señora embarazada, volví a sentir el recelo de aquella señora con más intensidad, pero ni ella ni yo cedíamos un paso. El autobús casi vacío, pero yo quería estar junto a ella, pues quiero ser la primera en aprender lo que se siente el rechazo desde cualquier punto de vista. Minutos pasaron antes que la señora se sintiera cómoda con mi presencia, pero me recordaba a mi Nana Helena, y por eso no podía dejar de observarla, asunto que ella interpretó como osadía de mi parte. Pero al poco tiempo se tranquilizo un poco, aunque su recelo jamás desapareció. Imposible olvidar a Helenita, quien me alimentaba todos los días de mi precaria adolescencia, mientras que egoísta le contestaba y fastidiaba. Pero los años han pasado tan rápido, Helenita debe ya descansar su inagotable cuerpo y me digo a mí misma que sirvieron mucho sus resondres y gritos, pues he aprendido a respetar por fin a mis mayores, aunque no sin mucho trabajo. Al final la señora baja del bus, yo me quedo sola, pensando en mi Helenita, en el mundo que es tan difícil de cambiar, en las diferencias sociales, en el egoísmo de la gente, en la envidia, en el recelo. Mientras escucho ¡Baja! a cada momento, por fin tengo que bajar en Emancipación, el tiempo lo pasé pensando en Helena, al menos no he sentido los baches, los malos olores, la mala gana de la gente, sus quejas, sus problemas resumidos a veces en una hora.

Decimotercero día

Desplazarse por Lima es cada día más difícil, ya sea que vaya uno de trabajo, a estudiar, a visitar a un amigo o de turismo. Pero la gente no pierde las ganas de salir por las calles, para comprar un regalito a la enamorada, un libro o ir a la iglesia a ver un poco de palomas. Es preciso recordar, pues, que antes de subir a una combi, es mejor ir con un conductor que pase de los cincuenta y tantos, que tenga cara de buenos amigos, rogar que ese día no se haya peleado con la mujer y los hijos y subir santiguándose finalmente. Siempre que se lleve mochila recordar de dejar algo inútil en el bolsillo más visible, como medias sucias o papeles en desuso en una bolsa para que se lleve el ladrón, cargar con siquiera veinte soles en el bolsillo, porque si no tienes nada te corta por misio, si eres bonita te lanzará por la puerta, si eres vieja te meterá cabe y si eres joven te dejará sin un centavo. No pelearse con el chofer, porque como es el que conduce, al bajar pueda que acelere, para disfrutar mientras caes. No meterse en los problemas del vecino, porque sino uno está expuesto a las peores represalias. Así anda el mundo en estos días, egoísta, sínico y siniestro. Sólo los crédulos creen ir con gente totalmente inocente en el autobús, con sus caritas insensibles, cansadas, deprimidos algunos por sus vidas que pasan a la velocidad de cualquiera de esas combis asesinas. Me acuerdo que cuando voy al mercado o a comprar libros siempre hay que ir con lo necesario, ya más de una vez me han robado sin darme cuenta por cierto o sin poder hacer nada, dada la apariencia del bandido. En fin, mi bella Lima debe ser visitada con mucha precaución, aunque la verdad sin miedo, pensando que al menos al final de un accidente todos tendremos el mismo destino, dependerá pues, del chofer, de nosotros, del boletero que elijamos una combi y no otra, y cuando venga el tren eléctrico me libraré de muchas de ellas y sus sinsabores.

Decimocuarto día

Cuando se trata de salir temprano a comprar repuestos a la cachina debe uno vestirse como si fuera de la zona, la ropa bien viejita, aunque el guardián que tengo en la puerta de mi casa mira con cierta reserva, pero igual me salgo con la mía. Ya alguna vez salí con mi hija para mostrarle cómo debe comportarse en aquel lugar y para que aprenda a regatear con los vendedores de la zona. Cierto día que estábamos yendo en bus por el cruce de la avenida México y Nicolás Ayllón, un taxi tuvo la ocurrencia de cerrarle el paso al bus en que nos encontrábamos, por lo que el chofer al observar que este no se movía monto en cólera. Minutos antes el cobrador había bajado a marcar tarjeta en un poste y por no preguntar al chofer qué pasaba y viendo que el taxi se empecinaba en no avanzar, lanzó una enorme piedra contra el parabrisa trasero del taxi tico amarillo, creyendo que dentro sólo habría un individuo pequeño, cuando de repente salió del taxi un cholo power, muy alto. Al verlo el cobrador tuvo que echar la carrera, para deleite de mi persona, luego bajó el cliente que llevaba el taxi y le dieron una paliza al cobrador. Lo único que sé es que el chofer nunca lo ayudó y más bien se fue, dejándolo en mano de los otros dos. Nosotras nos bajamos en la zona de San Jacinto, no nos quedo de otra y no tardamos en subir lo más rápido posible a otra unidad, pues esa zona resulta un poco peligrosa.

Decimoquinto día

En uno de los tantos regresos de San Juan de Lurigancho, en una combi de las llamadas asesinas subió un individuo que se encontraba borracho y que el cobrador no noto pues en ese momento conversaba con el chofer. Lo cierto es que se sentó atrás y estaba de lo más inquieto. De repente minutos después cuando el cobrador trato de cobrarle el pasaje se negó a pagar lo justo, pues quería pagar sólo un sol por ir a Villa El salvador, por lo comenzó una discusión acalorada. Segundos después el acalorado borracho lanzo un poco acertado puñete que fue a dar a la cabeza de un pasajero, entonces éste se quejo y lanzo improperios, cuando volteo los golpes llovían. Estando con mi niña, que a todos sitios me veo en la necesidad de llevar, la cubrí con mi cuerpo, pues los puñetazos llovían hasta de después de varios golpes infructuosos por parte del borracho y otros tantos acertados por los demás pasajeros lo lograron bajar de la combi. Pero la ira ya había hecho lo suyo y cuando bajaron el chofer y el cobrador no se limitaron a dejarlo tirado en el suelo, sino que colocaron su cabeza entre los dos fierros que hay siempre a los bordes de la carretera y allí le dieron de patadas y golpes en la cabeza hasta dejarlo inconsciente. Claro en ese momento todos aplaudimos, pues ya nos encontrábamos más tranquilos en la combi, pero después pensando, me preguntaba que pasaría si este chofer y este cobrador quisieran asaltarlo a uno en mitad de la vía Evitamiento, entonces todo sería muy diferente, pero eso por suerte aún no me ha pasado.

Decimosexto día

Este día salimos temprano, una muchachita me cede el asiento en la combi y me conversa amablemente mientras llegamos a destino con mi hija. El chofer no está yendo rápido y hasta me pareció verle una sonrisa y hasta se ha pulido hoy día el cobrador dando los buenos días. Después de muchos minutos bajamos en el paradero Flores para comprar unas cucardas, pues es la época de cosecha de la cucarda y abundan los colores. Hemos pasado una hora eligiendo la más bonita y admirando las otras flores. Decidimos regresar con nuestra preciosa carga y otra vez tenemos la suerte, esta vez por parte de un señor, de que nos cedan el sitio y podemos sentarnos. Media hora después bajamos en nuestro paradero y llegamos sin novedad. Pero, claro, este es un día ficticio, en realidad la combi de la mañana fue muy rápido, el cobrador nunca saludo, el chofer andaba mal encarado, los pasajeros serios y ensimismados, sin ceder asiento ni conversar con nadie. La verdad son casi innombrables los días en que mis conciudadanos me saludan, y ya lo he confrontado cuando en otros países, allí la educación prima; acá la agresividad, la audacia, la insensibilidad, la suspicacia, la burla, el acoso, el robo y la sinvergüencería. Ojalá algún día cambiemos.

No hay comentarios: