martes, 11 de enero de 2011

Chincha, saboreando la verdadera sopa seca

Atardecer en El Carmen (Ica)

Ex hacienda San José


Milagros Carazas en Grocio Prado (Santuario de Melchorita)


Chincha como yo la recordaba la última vez que fui con mi padre, sólo significaba grandes dulces de pecanas y que todos los vendedores eran igual que mi nana Helenita, afroperuanos. La plaza en ese entonces era pequeña, la gente muy conversadora y el clima muy agradable, pero de eso hace más de treinta años. Ahora parece ser un lugar muy diferente al idílico espacio que yo reconocía como muy dulce.
Lo primero que hicimos ni bien llegamos fue visitar Grocio Prado, donde se encuentra el santuario de Melchorita. Los fieles hacían fila en lo que antes era su casa para poder rezarle a una de sus imágenes. MC conmovida se acercó a ver su humilde cama, que más tarde visité por curiosidad y donde daba el aspecto de haber sido una persona muy ordenada y comedida. Varios minutos nos quedamos allí. MC me iba relatando la vida de Melchorita. Mientras la escuchaba me dedicaba al doble trabajo de observar a los fieles. Siempre me ha interesado cómo los fieles son tan devotos cuando se trata de este tipo de creencias y cómo construyen con su propio dinero un lugar al que sienten sagrado, lo cual es muy loable, por cierto.
Al dar cerca de las doce el hambre se hacía pasos entre nosotras, por lo que nos dirigimos de vuelta a Chincha, pues ya MC me había estado hablando de su famosa sopa seca y yo estaba muy ilusionada con probarla. “En el mercado es mejor siempre”, dice ella y esta vez tampoco se equivocaba. Pero cuando llegamos la señora que la atendía estaba retirada y era el marido el que se ocupaba del negocio familiar junto a una de sus hijas, que es docente en un colegio primario. Entre los varios paseos que hicimos a los diferentes caseríos y distritos que están cerca de Chincha, siempre volvíamos al Mercado, donde nos esperaban la sopas seca, que glotonas repetimos durante varios días.
Pasar un fin de semana en Chincha no es solamente sinónimo de vino, dulces y sopa seca, también es un recordatorio que hay que vivir a salto de mata, pues en esta bulliciosa provincia de Ica, las mototaxis abundan en gran cantidad. Pero el quid del asunto es que los conductores son mucho más agresivos que los de Lima y los de Piura (Chulucanas). Con decir que debe esperar a cruzar la calle un promedio de cinco minutos, pues van a extrema velocidad, tomando en cuenta que es una ciudad bastante poblada. Inclusive cuando trate de cruzar en los cruceros peatonales dichos conductores tocan la bocina para que uno acelere el paso, mientras Ud. tiene el derecho de paso. Una señora graciosa que iba en el colectivo rumbo a Sunampe llamó a las mototaxis “cucarachas”, y no estaba lejos de la realidad, pues son muy molestas, transitan como locas, tenía unas ganas terribles de aplastarlas. Pues, pasar de la Iglesia central a la plaza de Chincha debe ser una pesadilla diaria para los chinchanos piadosos que quieren oír tranquilamente una misa los domingos. Y todo ello se debe a que las señalizaciones en dicha ciudad son casi nulas, los semáforos cambian rápido y los que funcionan (sobre todo a la altura del mercado central de Chincha) nunca son obedecidos por aquellos infructuosos mototaxistas.
Gracias a Dios, la ciudad no fue lo único que fui a visitar. Tomamos una combi que nos llevó por la recién asfaltada pista al caserío de El Guayabo, para luego seguir a El Carmen, donde apenas pasamos unos minutos, pues nuestra meta en ese momento era la ex hacienda San José, lugar que el atardecer nos trasmitía una cierta tranquilidad aparente. Pues, días más tarde, MC me contaba que los campesinos trabajan en una envasadora, ubicada en la ex hacienda San José, envasando espárragos, trabajo a destajo, por lo que los locales tienen empleo algunos días y otros no. Por lo que habría que repensar si la esclavitud está alejada de los campos agrícolas y sus respectivas envasadoras. Por otro lado, las casas de los trabajadores de San José son muy pintorescas y los pobladores juegan un partido de fútbol en pleno sol de la tarde, gritándose alegremente unos a otros en pos de la pelota. Mientras tanto nosotras observamos las casitas, la gente que juega en su pequeñísimo parque, con niños que recolectan hojas de los arbustos que hay a su alrededor, un poco al modo que sus progenitores lo harían en el campo. Cuando entramos a San José pudimos observar sus memorables galpones que callados nos hablan del pasado, mientras un arcoíris nos acompañaba de manera muy sutil y ahora mientras pienso, sentada sobre esta, en los esclavos de aquella época, me acuerdo de MC y el haberse metido en los aquellas celdas, en esos huecos, para sentir lo mismo que habrían sentido sus antepasados al ser traídos a tierras lejanas.
Otra vez MC me habló incansablemente de los galpones, de las dolorosas cadenas y de cómo caminaban los esclavos de Chincha Baja o Tambo de Mora para El Guayabo o San José y de cómo ellos eran metidos con grilletes en esos huecos. Todo eso parece estar estampado en el alma de MC y me imagino que en el alma del resto de afroperuanos debe pasar lo mismo. Ojalá el tiempo haya borrado las cicatrices de la esclavitud.
Por fin, decidimos irnos a El Carmen, pero no sin antes gozar de un arcoíris, lleno de esperanzas. La risa de algunos niños bulle en mi corazón, mientras observo el atardecer y en el cielo ese arcoíris que cautiva mi mente.
Ya en El Carmen brillaba todo por la algarabía de su gente que observaba ansiosa los ensayos de Kimbafá. Pasamos la tarde en el parque observando a la gente y tomando algunas fotos de los transeúntes, además de las palmeras que me mantenían absorta. Finalmente, cerca de las 10:00 de la noche comenzó todo, Kimbafá fue la estrella de la noche y los bailes de los carmelitas a cargo del grupo Ébano fueron los que más destacaron. El espectáculo fue muy apasionado, vibrante. Pudimos disfrutar de un buen momento, junto a los niños del lugar. Todo acabo a la 1:30 de la madrugada, cuando ya no había taxis para regresar a casa, pero bien valió la pena esperar hasta tan altas horas de la noche.
De regreso no quedaron fuerzas más que para dormir. Ya a la mañana visitamos por unos momentos su pequeña biblioteca, que quedaba en un tercer piso, poco asequible y donde sólo nos pudieron decir que no tenían ningún libro sobre decimistas, pero nos dieron la ubicación de un decimista (el más conocido) en Chincha Baja. En seguida nos dirigimos a buscarlo. Infructuosamente el señor Antonio Silva García se encontraba en ese momento en Lima, por lo que tuvimos que trasladarnos a Sunampe. El vino de los toneles y barricas de Naldo Navarro satisfizo nuestros exigentes paladares. Compramos unas cuantas botellitas. Colmadas por fin con nuestro tesoro, regresamos a Chincha, compramos algunos dulces, que parecían haberse achicado a la mínima expresión, por suerte aún las pecanas siguen siendo igual de grandes y sabrosas. Con todos los paquetes en las manos nos embarcamos en el Soyuz, que por cierto cobra 13.00 nuevos soles desde Lima hasta Chincha y lo mismo sucede al regreso. Hasta aquí mis impresiones sobre este viaje, lleno de aprendizaje y ensueños.


Fieles en la Iglesia de Chincha


Iglesia de Chincha. Abundan los moto taxis en la ciudad.






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